Equipo completamente apoyado y sustentado en la magia del '10', las actuaciones de Manu Busto eran dignas de un futbolista de Primera que se paseaba por la Segunda B. Jerarquía absoluta, voz y mando para hacer lo que quería y cuando quería. Futbolista con una supremacía fuera de lo normal, las mayores exhibiciones individuales que ha visto el Nuevo Tartiere desde su estreno corrían de su cuenta. Quince goles en una segunda vuelta para enmarcar, también asistente de lujo cuando asomaba en el balcón del área, Jorge Perona era su mejor socio. Jugadas para el recuerdo, como la que supuso el primer gol ante el filial esportinguista, estarán por siempre en la memoria oviedista; ese Manu Busto nos hacía recordar tiempos mejores y soñar con otros nuevos.
El Pontevedra nos apeó a las primeras de cambio en aquél playoff, nadie pensaba en dos años de ausencia en la lucha por el ascenso. El cántabro había dejado el listón demasiado alto, nunca pudo mostrar un nivel similar al de su primera temporada pero es que eso era pedir un imposible. Intermitente en el segundo año, a todos se nos venía a la cabeza un descenso deportivo a Tercera que podía haber supuesto el fin, quién sabe. Llegó Pacheta y con él la resurrección, el burgalés devolvió velocidad de crucero. Exigió a Manu desde el primer día, le apartó del 'once' y le hizo ver que sin cambio no habría partidos. Busto cambió el chip, se hizo un hueco y terminó viendo puerta.
Con Pacheta se vio obligado a cambiar su estilo: adaptarse o morir. El juego directo no daba opción a otra cosa, tenía que aprender a vivir de la segunda jugada. Y lo hizo. Manu Busto iba siempre a la prolongación de Martins, superó la decena de goles con una idea en apariencia antagónica al fútbol del cántabro. No era siempre de la partida, tuvo que asumir papel de revulsivo cuando los nuestros se la jugaban a domicilio: Valdebebas, San Mamés, Anxo Carro o Heliodoro le vieron salir desde el banquillo. Eran las cartas de aquel equipo, y por desgracia, fallaron en la decisiva visita a Tenerife.
Sin Pelayo, Manu Busto era el único superviviente, junto a Xavi Moré, respecto a la plantilla del primer curso en Segunda B. Figura en entredicho, sabemos que el cántabro es el prototipo de futbolista que enamora o desquicia en el Tartiere, independientemente de la categoría en que se encuentre el Real Oviedo. Fue el primer hombre gol de Sarriugarte, el que desatascó el inicio de curso para que el equipo nunca se descolgase de los puestos altos. Las lesiones musculares lastraron su temporada, la falta de continuidad fue un hábito en los buenos y en los malos momentos. Ya convertido prácticamente en hombre de área, más finalizador que creador entre líneas.
Y sin embargo, en el momento en que Manu Busto aparecía en zona de 3/4, llegaron los mejores minutos del equipo en el reciente playoff. Recogió un balón de Javi Casares en la frontal del área del Carlos Belmonte, y la puso rasita al palo corto cuando todos esperábamos el chut al palo largo. Un gol que daba el pase a la segunda ronda, que permitía seguir en el sueño de la temporada perfecta. Fue el último servicio de Manu Busto a la causa oviedista; al menos desde el césped, porque también será uno más en la grada. Que no se olvide, el 'pequeño' fue el primero que nos hizo creer de verdad que el retorno era posible.
Foto: Álvaro Campo.